jueves, octubre 18, 2012

Muera la muerte

Aquella tarde en Pamplona el seis, el defensa libre, el cierre, el grande, el clase, el bueno, que lo era, de una generación de juveniles del Espanyol, como lo había sido antes del Júptier, y antes aún del equipo del colegio, pagaba con el banquillo las consecuencias de algún desaire con el entrenador. Y su equipo palmaba : tres a cero. Y salió en el segundo tiempo para, desde su lugar de privilegio en el campo, ahí atrás, donde el fútbol se ve a la perfección, marcar nada menos que cuatro goles y remontar el partido. El último : antológico. 'El meu millor gol' me dijo un día. De bandera : embolsar, controlar, salir, levantar un autopase por encima de la línea de defensa, plantarse en el área, escondérsela al portero, ladearlo, vencerlo, portería, gol... Luego Pereda, Chus, que veía el partido desde la grada, se acercó a Joan padre y le propuso que el seis, el cierre, el grande, el bueno, fuera convocado con la Selección. Yo no estuve en aquella gloriosa tarde de Pamplona, pero me sé de memoria el partido. La última vez, este Agosto, me lo contaba mi tío Joan, el padre, consumido por la enfermedad, con el gesto apagado, la voz débil y el brillo en los ojos de quien intuía que pronto volverían a verse, a discutir de fútbol, a recordar aquel partido de hace más de treinta años. Antes, lo recuerdo a él contarme los mismos recuerdos. Mis ojos de niño lo recuerdan, al tete, al Joanet, en su atalaya de metro noventa largo. Recuerdo escucharlo con el asombro con el que se escucha hablar a un mito, sentados a la mesa en la cocina, mientras comíamos una tortilla francesa y un tomate aliñado con aceite y sal. La tarde de Pamplona revivida en L'Hospitalet, primeros años ochenta. Lo recuerdo hablando de sus estudios, preguntando si mis notas eran buenas. Lo recuerdo enseñarme a dividir con cuatro cifras o con las que fueran, a jugar al ajedrez, a andar con un monopatín que finalmente me agencié. Recuerdo una enorme maleta llena de tramos de Scalextric que iba y venía y hubiera podido dar varias vueltas a la casa. Recuerdo una tarde de lluvia resguardados en el Saflipada, una mesa larga, sus amigos, sus novias, el ruido de fondo de una partida de petacos, un disco de Boney M, yo mismo una mascota. Recuerdo el dulce puño del gas de una moto bien cuidada. Recuerdo aquel partido contra Osasuna como si lo hubiera visto con mis propios ojos. El jueves se fue, de noche, sufriendo mucho, después de veinticinco años de estarse yendo. Demasiado tiempo para quien sobrevive a un hijo. He tratado desde entonces de sintonizar su radio, de dar con su emisora, de escuchar su tertúlia. No lo consigo, no es el momento todavía, pero están ahí. Desde el jueves, seguro, en el Cielo se habla de fútbol a lo grande, como en los viejos tiempos, y todo vuelve a estar bien si, acaso, es eso posible. La tertúlia termina siempre, antes de acostarse, con el gol de Pamplona aquella tarde. Si la ley de la vida nos respeta seré con seguridad el último en atesorar nuestros recuerdos. Cuando mi propia luz se apague no habrá tarde, ni gol, no habrá nada, sólo estas vanas palabras. Y no quedará de nosotros ni siquiera el recuerdo. Descansen en paz.

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