jueves, julio 02, 2009

Leo, luego existo

Desde pequeño me ha gustado siempre mucho leer. Como soy de natural obsesivo, al poco de saber leer me empeñaba en terminar colecciones completas. Que si Los Cinco, que si La Galera, etc... Devoraba cuanto aparecía por la biblioteca y todo lo que había por casa. Mi madre me sacó el carnet sin tener la edad, con la promesa de que era yo un niño muy tranquilo que solamente iba a leer y que no rompería nada... Los primeros años no tenía acceso a préstamo. De modo que los días que no iba a entreno, calentaba alguna de las sillas de la biblioteca municipal de San Adrián, que antes estaba en los bajos del ayuntamiento, haciendo esquina con la calle Doctor Barraquer -donde ahora se halla la oficina de atención al ciudadano-, y de paso me zampaba algún libro o comic. Mi madre me dejaba en la biblio al salir del cole y me recogía cuando cerraban, cosa que sueño con poder hacer algún día yo con mis hijas para disfrutar de una tarde libre. Sí amigos, los de mi generación, siendo menores de 8 -creo recordar- años, no teníamos acceso a la biblioteca municipal. En la actualidad, afortunadamente, mis hijas gozan desde bebés de acceso, carnet y derecho a préstamo. Me preguto a qué motivo podía deberse la censura de los más pequeños a la biblioteca en aquel entonces. Hablo de los últimos setenta y primeros ochenta. A saber. La del cole, sin embargo, no ponía mayores problemas y estaba a disposición de alumnos de todas las edades. De la biblio del cole guardo el recuerdo de haber terminado alguna que otra colección, y de las fichas de préstamo, esas cartulinas de colores con pestaña y renglones preimpresos -uno más grueso para el título- donde la voluntaria de la APA que hacía las veces de bibliotecaria anotaba el nombre del alumno prestatario y la fecha prevista de devolución con un flamante boli BIC de los de toda la vida. La mecanización, en aquella época, sólo existía en la cadena de la SEAT. Lo dicho, que a leer y a leer. De mayor, además, he desarrollado una insana addicción a los periódicos, como bien saben y sufren mis allegados. Como quien se fuma un cigarrito después de comer. Yo no fumo, pero necesito leer el periódico. Leo los amigos, los neutrales y los enemigos (que hay que formarse una opinión, oiga, y saber también qué piensa la otra España). No concibo mi día a día sin lectura. Finalmente he ido degenerando y padeciendo, de vez en cuando, episodios de compra compulsiva de libros, prensa, revistas y material escrito de todas las formas y colores, patología a la que me enfrento como puedo. Qué decir, por lo tanto, del hecho de vivir en un mundo con Internet, blogs, google y wikipedia ... Pues que los días deberían tener doscientas cuarenta horas en lugar de veinticuatro, para poder leer todo lo que me interesa. La voracidad me convierte sin remedio en un frustrado perenne.
A lo que iba. Esta pasión lectora se truncó durante la adolescencia gracias al más que dudoso hacer de algunos de nuestros profesores de lengua y literatura. Guardo un recuerdo maravilloso y gran estima de dos de ellos, no diré nombres, desde aquí mi afecto personal. Pero no así del resto, quienes condenaron nuestros años iniciáticos al ostracismo literario más cruel. Por decirlo mal y pronto, hubo años enteros en que no leímos una mierda o, peor aún, fue una mierda todo lo que leímos. Me parece que castigar de este modo a un grupo de jóvenes de quince, dieciséis, diecisiete años debería de ser considerado hecho delictivo y juzgado en arreglo por lo civil o por lo penal. El daño causado sobre los chicos, tan maleables a estas edades, será irreparable en muchos casos : cosechas enteras de licenciados e ingenieros sin ilustración ninguna. Pasar por el BUP como quien va en travesía por el desierto -en cuanto a las letras se refiere- ha dejado en mi un rencor irreconducible hacia quienes sembraron de arena y cal aquellos fértiles pastos de nuestra juventud.
Ya en la edad adulta, de vez en cuando he tropezado con alguna novela que me ha vuelto a hacer pensar por qué, en su momento, no me abrieron esta puerta o aquella ventana, por qué no dejaron pasar la luz. Es el caso de algunos autores que, con novelas absolutamente dirigidas al público adulto, sin embargo, al leerlos, llevan a reflexionar sobre su idoneidad para fomentar la lectura entre los chavales también. Son autores, además, absolutamente en la cumbre en términos literarios y con un reconocimiento hacia su obra fuera de discusión. ¿Por qué no me hicieron leer a mi esto?, me pregunto (o cualquier otro similar). He disfrutado como loco de autores descubiertos a los veintisiete, a los treinta y dos y a los treinta y cinco. Y sin embargo mientras los descubría me veía claramente con diecisiete pasándolo. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?...

El primero de ellos es Francisco Casavella, lamentablemente desaparecido el pasado Diciembre. A través de google se puede encontrar mucha información sobre él, como la que nos proporciona la página Cuchitril Literario, que aborda su más famosa novela y Premio Nadal 2008 Lo que sé de los vampiros. Bueno, pues Casavella, que no pudo disfrutar de las mieles del triunfo puesto que se lo llevó un infarto el mismo mes de Diciembre, tiene una ópera prima que es una auténtica delicia y que lleva por título El triunfo, con la cual redundo en la subordinada, y de la cual podéis sobrevolar algunos fragmentos. Esta novela es cien por cien recomendable para todo el mundo, un verdadero placer de lectura y, sobretodo, creo que debería de ser lectura obligatoria en todos los colegios, institutos y centros de secundaria del país. Ignoro si a los jóvenes de hoy día les hacen leer a Cabrera Infante o los limitan a la lista de ingredientes a la vuelta del paquete de galletas. Recomiendo encarecidamente regalar esta novela a cualquier chaval entre diez y dieciocho años para que se emocione con un mundo que, probablemente, aún no conoce.

En segundo lugar, recomiendo con el mismo entusiasmo la novela que ve nacer al personaje de Henry Chinaski : La senda del perdedor, de Charles Bukowski, uno de los escritores "malditos" de la literatura norteamericana del siglo XX. Esta, además, gira alrededor de las desventuras de un protagonista adolescente de origen germano-americano con quien es fácil identificarse y establecer un contacto inmediato. Sin desperdicio. Me vienen a la cabeza unos cuantos chicos (que lo son ahora) de los que estoy domesticando y estoy seguro de que les gustaría.

Me mantengo en los Estados Unidos para recomendar también las deliciosas historias que van entrelazando los personajes del Premio Nobel John Steinbeck en Cannery Row, un fabuloso fresco de Monterey, ciudad natal del autor, y de la costa oeste durante la Gran Depresión. Pienso, además, que esta novela debería leerse en inglés, para ser coherentes con una educación que permitiera a nuestros jóvenes alcanzar la formación universitaria con plena competencia en este idioma.

Para terminar recurriré al que ha sido Premio Cervantes 2008, Juan Marsé, quien en 1993 publicó El embrujo de Shangai con la que obtuvo el Premio de la Crítica. Marsé es un autor que me encanta. Esta novela lleva a la ficción la Barcelona de posguerra, el maquis, la resistencia, los nazis huídos a cualquier confín, cómo las historias bien contadas nos transportan al país de los sueños, cómo en ese país todos somos niños de nuevo. Un pulso narrativo sensacional y un estilo literario brillante.

Todos ellos y las obras aquí citadas, provocarán distintas reacciones en un lector adulto que en un adolescente, pero en ambos dejarán un factor en común : el placer de habérlas leído.

Ya no digo que tuvieran que ser estas (algunas ni siquiera se habían publicado cuando los del '74 abandonamos el instituto) u otras. Pero sí creo que era obligación de nuestros educadores abrirnos las puertas al maravilloso mundo de la lectura. Para concretar. El de filo nos daba de desayunar "Más allá del bien y del mal", "Temor y temblor", "La náusea"... difíciles de digerir para muchos. Yo no estaba preparado para abarcarlos en aquel momento. En el otro extremo, entre los abominables títulos que nos proponían ciertas profesoras de lengua, destaco las sin par "Monica, la de COU" o "Disset anys, primer viatge a Itàlia", auténtica goma de mascar, escupible, ulcérica, títulos con los que me sentí literalmente insultado, ultrajado y menospreciado. El resultado fue una generación brillante académicamente de alumnos que pese a alcanzar importantes logros en sus posteriores etapas, en general, no leen. Es tan triste y hubiera sido tan bonito y, a mi jucio tan fácil...

Afortunadamente, como antes comentaba, en mi casa me habían encarrilado hacia la lectura mucho antes. Además, tuve también la suerte de tener a otros profesores que sí supieron transmitir su pasión por la literatura, con otros horizontes y otras miras. Tanto así que finalmente en mi vida la lectura ha ocupado y ocupa un papel tan predominante como para poder dar título a este post.